sábado, 19 de enero de 2013

Por tierras de Oropesa

La tarde del viernes se me estaba haciendo larga, en la oficina tenía pocas que hacer y encima la cabeza la tenia en la montería del día siguiente.
Eran las seis y decidí irme para casa, a las siete había quedado con mi padre para que nos recogiera a Maite y a mi y saliéramos rumbo al Parador de Oropesa.
Una hora y media más tarde, contemplábamos el imponente Castillo, iluminado y en alto de Oropesa.
La Casa solariega de los Álvarez de Toledo, Condes de Oropesa, que fue refugio de soldados, religiosos y nobles en otras épocas, presenta unas excepcionales panorámicas de la sierra de Gredos.
Cenamos en uno de los comedores y después de salir al patio para ver que tiempo hacía, nos fuimos a la cama. Hay que decir que hacía un poco de niebla y estaba cayendo una fina capa de lluvia. Las previsiones no eran del todo precisas y al día siguiente nos podíamos encontrar con cualquier cosa.
Al día siguiente, nos levantamos y lo primero que hice fue descorrer las cortinas y mirar el cielo, era de noche y se veían algunas estrellas junto a densas nubes. Pensé que podía ser peor y nos dispusimos a vestirnos de monteros. Esta vez mi mujer Maite, nos acompañaba al puesto, lo que es para mi motivo de satisfacción.
Tomamos un café, contemplando toda la llanura, llamada Campo Arañuelo, y al fondo la sierra de Gredos y nos parecía estar ante una espectacular fotografía. Salimos para allá rápidamente, pues la junta era en la casa de Valdecasillas a las 9.30h.

Por el camino, mi padre, nos iba contando las peculiaridades y particularidades de las fincas por las que pasábamos. El Águila....el Cristo...y por fin Valdecasillas, por la que entramos por un camino bien hecho hasta la casa de la finca. Allí saludamos a la propiedad, a Juancho y a varios monteros conocidos y nos dispusimos a desayunar. Después de las migas con huevo, Juancho nos urgió a comenzar el sorteo de armadas.

Nos toco en suerte el nº 41. Una vez mirado en el plano, comprobamos que ese trataba de un cierre en la mitad de la mancha y aunque a mí no me gustan esos puestos, prefiero un cortadero, pensé que podría ser el escape de las reses fuera de la mancha.
Salimos de los primeros, y en poco tiempo estábamos dejando los coches y andando hacía el puesto. El nuestro era el primero de esa armada por lo que no andamos mucho. Un puesto enlucido con una pantalla de brezo y la tablilla del puesto.
Una vaguada en la que no veíamos a los puestos colindantes y con amplios tiraderos a priori. Minutos después de ponernos, mi padre advirtió el marcaje de varias reses de monterías anteriores, justo delante nuestra, por lo que previsiblemente ése sería el campo de tiro que tendríamos. Mi padre se equivoca pocas veces, y por tanto fijé la atención sobre esa zona.

Poco antes de las doce, los camiones de los perros empezaron a oírse y, con ello el inicio de la montería. Nada más soltar empezó el movimiento de las reses, que escuchábamos sin llegar a verlas. En esas estábamos cuando de izquierda a derecha cruzo un venado, entre los claros de monte que teníamos delante, justo la zona controlada por nosotros. Me encaré, pero no encontré un hueco limpio por donde tirarle, por lo que me desencaré, tratando de buscar un claro. Llego incluso a pararse pero en una zona muy tupida, sin posibilidad de disparo.

Un buen tiempo me estuve lastimando por no haber culminado el lance, más si cabe porque pasado ese inicio fulgurante, estuvimos un rato sin escuchar nada. El aire lo teníamos mal y no oíamos ni a los perros. De vez en cuando algún tiro nos alertaba de que las reses seguían moviéndose por los puestos colindantes.
El día se iba complicando climatólogicamente, las nubes se acercaban y empezaban a caer las primeras gotas, eso unido al viento, incrementaba la sensación de frío. Maite aguantaba, unas veces sentada, otras de píe, como un jabato. 
Entorno a las dos de la tarde, los perros llegaron hasta nuestra posición, incrementándose el número de disparos y de carreras a nuestro alrededor. En ese momento nos entraron un par de ciervas y un vareto, alertados estábamos, cuándo nos entro un venado por la misma carrera que el anterior, pero por una parte más clara. Un movimiento rápido, seguido de un tiro, que yo no vi acusar. Me desencaré y cargué otra bala, el venado ahora andaba y sin pensarlo le volví a disparar, cayendo al instante. Después mi padre me dijo que el primer tiro iba al codillo y el bicho estaba muerto. Así lo comprobamos al recogerlo.

De aquí al final de la montería, le cedí el tiro a mi padre, aunque ya de vuelta los perros, solo nos entro un vareto. Acabada la montería, recogimos y nos fuimos a la casa. Los monteros adelantaban los fallos y los aciertos, mientras Juancho repasaba las incidencias de cada puesto. Un poco floja para las expectativas puestas, pero para mí una buena montería con un nuevo venado en mi haber. 
El resultado fue de 17 venados, 8 guarros cogidos por los perros y muchas ciervas.



JAA

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